El cuento que por este medio les anexo, lo escribí hace ya 2 años... ( cuando mi hija apenas tenía 6 ). Y desde aquél entonces, ha sido el único que he logrado ver publicado en una Revista Literaria de taller : es decir, en otra "muy diferente" a las 2 o 3 que, independientemente, yo mismo he manufacturado sin mayor fortuna.
FÁBULA DEL ETERNO COYOTE
A m i l i n d a n I ñ a :
F r i d i t a T o t o i
I
Existió un hombre que despertó solo frente a una cordillera de glaciares puntiagudos; pues antes de su despertar, el hielo había emergido en forma de enormes montañas que llegaban hasta el cielo: un hielo imposible que el hombre simplemente no podía cruzar solo. Pero un albatros alzó el vuelo y golpeó el hielo y lo rompió, cayendo éste albatros muerto a los pies del hombre.
Un coyote echado que también miraba dijo: “ este hombrecito no podrá cruzar el hielo ”. Entonces otro albatros alzó el vuelo y rompió el hielo otra vez, desplomándose junto a los patas del coyote; y el hombre gritó: “ ¡ por favor, intenten otra vez … intenten otra vez !! ”
Un tercer albatros alzó el vuelo y rompió el hielo una vez más.
Finalmente el hombre y el coyote subieron sobre los enormes pedazos de hielo que, tras de sí, dejaron regados.
I I
Antes del mediodía y a cierta distancia del hombre, el coyote llegó también a una zona boscosa. Bajo un roble cuya fronda llegaba al cielo, ambos detuvieron su marcha pues los sonidos de sus estómagos no esperaron más; hambrientos, cada cual miró en el otro las partes del cuerpo que valieran la pena morder: primero sería la yugular para someter, por supuesto, al compañero; después, las piernas o patas … Sobre todo los muslos, que es donde se concentra más la carne.
Pero un águila tomó una piedra en sus garras y levantó su regio vuelo, perdiéndose entre la densidad del follaje. El coyote que también la miró perderse le reprochó al hombre: “ … si tuvieras arco y flechas ”.
Entonces la misma águila volvió y dejó caer la piedra que llevaba en sus garras, con certera puntería, sobre la cabeza de un venado que comía únicamente lo que todos los venados apacibles comen, matándolo al instante …
El águila tomó otra piedra y se perdió entre el alto follaje. El hombre se preguntó entonces: “ ¿ acaso me querrá decir algo el águila ? ”.
De nueva cuenta el águila volvió y otra vez dejó caer la piedra, pero ahora sobre un arbusto que, por su certera puntería, lo estremeció tanto que cayeron sólo los frutos maduros. Fue hasta entonces que el hombre no hizo más que recolectar lo que el águila le dejó en el suelo, dejándole mejor al coyote el venado.
I I I
Después de tanto y tanto caminar, el hombre y el coyote llegaron hasta un terreno árido que parecía cortar transversalmente dos climas casi similares en franja: la frescura del bosque frente a la voluptuosidad de los sonidos sarcásticos de la jungla.
Sentándose en una piedra junto a un árbol m e d i o s e c o, y no tanto por el c a n – s a n c i o, el hombre quedó inmóvil ante el encantamiento de esa jungla.
Sin embargo, la voracidad de la noche comenzaba a consumir poco a poco la referencia de toda forma perceptible a sus ojos pues, delante de él, el suelo parecía exhalar un vapor … Es decir que la oscuridad comienza primero con la brillantez de la neblina: en la jungla la oscuridad nace y va de la Tierra al Cielo, y no del cielo a la tierra como él lo había entendido ( según una cápsula informativa que seguramente él había leído en alguna revista de divulgación M e t a c i e n t í f i c a … )
El acontecimiento del anochecer lo impresionó pues a tal grado que le invadió un sentimiento hasta entonces extraño: un miedo a lo desconocido que lo petrificó por completo.
Pero un búho discreto que también posaba en el mismo árbol alzó el vuelo y, sin dudarlo siquiera, se adentro en la selva … El coyote que también miraba pensó: “ mi amigo no puede cruzar lo oscuro por sí solo, seguramente aquí dormiremos junto al árbol m e d i o s e c o ”.
Entonces el búho regresó desde lo oscuro, aterrizando en una rama pelona del árbol; y el hombre le preguntó: “ ¿ e e s peligroso allá dentro ? ” Por supuesto el búho no le contestó, pues simplemente alzó el vuelo y otra vez se adentró en la selva.
Ante el silencio posterior de una pregunta sin respuesta, el coyote se atrevió a hacerle una sugerencia a su amigo: “ ¿ por qué no esperas a que amanezca ? quizás a la luz del día podamos rodear ese miedo que te provocó tanto la noche … ”
Pero el búho ya no regreso más. Tampoco el hombre: pues en la búsqueda de aquél plumífero, el hombre decidió atravesar solo la oscuridad de la noche para, finalmente, quedarse a vivir en el centro de la “ peligrosa ” selva.
Por otro lado, el coyote, cuando despertó y se dio cuenta que había quedado otra vez solo – junto al árbol m e d i o s e c o y la misma piedra de otras tantas veces – no le quedó de otra más que marcharse rencoroso, cabizbajo y con la cola entre las patas, hacia los Eternos Hielos: hacia aquella inhóspita región en donde, a partir de la Aurora, nace uno que otro hombre solitario ; y que, no obstante dispersos y sin rumbo fijo, se atreven a preguntar qué hay más allá .
Quizás el mismo coyote pueda todavía alcanzarlos para frustrarles los ánimos a quienes quieran dar ese primer paso… Hacia el centro de la incertidumbre natural.
¿ UN EPÍLOGO A MIS FÁBULAS ?
7 de Julio del 2008
Como todavía dudo que mis textos sean capaces de provocar una sensación estética en quién los ha leído, les confieso que aún hoy me resulta difícil encontrar cuál sería su clasificación precisa (¿cuentos breves, versos libres… c h o r e m a s?)
Sólo puedo decirles que para su manejo holgado, me convendrá – y desde entonces me ha convenido – presentar todo aquello que he escrito como CUASICUENTOS…
Ya que, haciendo a un lado lo anecdótico, siento que en cada uno de estos he dejado latente su propio núcleo (que pugna de lo ficticio a su demandante necesidad de representarse físicamente, en todos sus detalles posibles; una hastiada consigna por la manifestación de escenarios que abarquen – siquiera – una porción de esta Realidad que a diario despilfarramos todos, en mayor o menor aprecio.)
Y les afirmo que son CUASICUENTOS porque todos – y cada uno de estos – se hayan en un proceso permanente de carácter: en lo personal, sería algo así como “ la anhelada consolidación” por un estilo propio. De ahí que mi manera de escribir pueda parecer para algunos como obscena, cursi, patética, simplona; de burda ironía, de talento nada prometedor, etc. ( “ Un desperdicio de tiempo”, me sentenciaran muchos.)
Sin embargo, si logro dejar alguna de esas – y otras tantas más –impresiones en quien me ha leído, para mí, es ahí justamente donde radica todo el divertimento del juego de palabras; pues mi ejercicio narrativo consiste y se ha argumentado nada más que en una simple y vaga fórmula: “¡Primero escribe y luego me completas!”
Esa es la transición persuasiva que siempre he intentado, que mis “c u a s i c u e n t o s” cobren vida y se coordinen luego o coexistan con los otros CUENTOS que puedan tener los demás… acerca del fenómeno – tan subestimado – de nuestra Cotidianidad
Hermes G. Gámez Ruiz
[ El todavía “Joven – Cabeza de zapato Parlante” ]
miércoles, 9 de julio de 2008
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