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martes, 19 de febrero de 2008

Emilio Vega Martin

Todos somos responsables”
Respuesta al respecto: proverbio inglés: “Asunto de todos, asunto de nadie”
Comencemos por señalar que los inicios de la depredación y contaminación de la cuenca Lerma-Santiago data de centurias: desde el siglo XVI, las explotaciones mineras de Guanajuato deforestan el área y vierten los desechos de mercurio que utiliza a los ríos Guanajuato y Silao, afluentes del río Lerma. Otro tanto acontece con los cromatos que aporta la naciente curtiduría de León al río Turbio, también afluente del Lerma. Existirán también los subproductos del teñido de textiles en San Miguel el Grande (hoy de Allende) arrojados al río de la Laja (también afluente del Lerma), aunque estos serán de cuantía marginal. Posteriormente, la situación irá complicándose con los vertidos por la industria desde el Estado de México, Michoacán y Querétaro para alcanzar un punto crítico a la altura del complejo petroquímico ubicado en Salamanca, Guanajuato.
Señalan los lugareños que aguas arriba del citado complejo todavía puede pescarse y que aguas abajo, por el contrario, el río aparece muerto, carente de vida. Como hecho sorprendente, en época de estiaje, el río entra en combustión espontánea: ¡se incendia!
Aguas abajo, se van sumando más contaminantes: los de las porquerizas de Santa Ana Pacueco-La Piedad, los remanentes de fertilizantes de las tierras de cultivo y de innumerables industrias que han seguido ubicándose a lo largo del cauce, hasta llegar a un clímax de la contaminación en El Salto. Entonces, ¿cómo podemos señalar que todos somos responsables de ello?
En un texto ya clásico, expresa Barry Commoner: “El éxito industrial actual está basado en su fracaso ecológico”: esto es, si observaran las normas para eliminar el impacto negativo que causa al medio ambiente, dejaría de ser rentable. En consecuencia, un gran número de empresas transnacionales dedicadas a la producción de bienes con alto impacto ambiental, han migrado a países que tienen una legislación ambiental laxa, como el nuestro.
Y los empresarios sin conciencia, parten del principio de “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas” transfiriendo a la sociedad la carga de los resultados negativos de su actividad.
Tenemos la impresión de que un gran número de empresarios nacionales han adoptado la misma mentalidad que privó entre los conquistadores españoles llegados a México: “este es un territorio para explotar – y como consecuencia, le pese a quien le pese – depredar, en la persecución de ganancias” Parece ser que como consecuencia de lo anterior, las poblaciones mexicanas, como regla general, viven de espaldas a los ríos: las conciben como drenajes, mientras que en otras culturas, las localidades viven de frente a los ríos, cuidándolos como parte del patrimonio cultural, paisajístico y en resumen, vital.
¿Cómo sacudirnos de esta herencia, de esta mentalidad, cobrando conciencia de que los fenómenos medioambientales no reconocen fronteras político -administrativas?

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