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Periodismo Multimedia Independiente

martes, 29 de enero de 2008

Leopoldo Machuca

Gandhi: paradojas de una personalidad ejemplar
A 60 años de su asesinato, aún resuenan sus palabras: “la verdad y la no violencia son tan viejas como las montañas”
José Steinsleger

En tiempos de Mohandas Gandhi (1869-1948), 400 millones de personas habitaban en India, Pakistán y Bangladesh. Hoy, la región concentra 23 por ciento de la población mundial. Sólo en la India viven más personas que en Africa: mil 100 millones, cuya identidad nacional responde a 18 lenguas oficialmente reconocidas y más de 840 dialectos. Pakistán y Bangladesh cuentan con 150 millones, respectivamente.
A ese crisol de culturas, credos y pueblos milenarios que circulan en el epicentro geográfico de una eventual guerra nuclear se dirigió Gandhi en la primera mitad del siglo pasado, emplazando a la humanidad con su acción, y con un discurso ético y moral de profunda resonancia universal.
Gandhi jamás escribió un libro. Pero luego de su asesinato, los investigadores empezaron a compilar sus ideas, así como los seguidores de Jesucristo lo hicieron durante los primeros siglos de la era. A principios de 1970, la publicación de 75 volúmenes, entre artículos breves, reflexiones, entrevistas, manifiestos, sentencias y apuntes circunstanciales del Mahatma Gandhi, presentaban ya dificultades similares a las del medio centenar de evangelios compilados por los primeros cristianos.
¿Cuál era el “verdadero”? A regañadientes, la Iglesia católica “universal” consintió en hacer oficiales cuatro, apenas. Y miren lo cosechado: un Papa que al oficiar misa le da la espalda al pueblo devolviéndonos al siglo XII; una potencia depredadora dirigida por “cristianos renacidos”; un estado neonazi inspirado en el reino de David, y millones de seguidores de Alá que sueñan con quitarnos a las huríes que por derecho nos tocan en el paraíso.
Los escritos de Gandhi resultan poco estimulantes para quienes busquen ideas transparentes y redondas. No aparece, con la lectura, la cabeza de teólogos como Santo Tomás, filósofos como Hegel, filólogos como Nietzche, científicos como Einstein. La belleza expresiva de su pensamiento marcha asociada con exasperantes incoherencias, superpuestas a un mensaje redentor que oscila entre la ascesis individual y la lucha de liberación nacional concreta de los pueblos.
Atacar o defender acríticamente la “doctrina antidoctrinaria” del Mahatma Gandhi sería incurrir en contradicciones, a tal grado desconcertantes, que, de antemano, rebeldes y conservadores podrían descarrilar en vía muerta.
En marzo de 1940, el padre de la India moderna escribió: “Si el gandhismo no es más que un nombre para indicar cierta forma de sectarismo, merece ser destruido”. Algo similar al “yo no soy marxista” de Carlos Marx, cansado de las disputas y polémicas de sus seguidores.
Felizmente, y a pesar de su profunda fe hinduista, Gandhi no fue un mesías, ni los pueblos lo recuerdan como líder religioso. Junto con los pensadores que le precedieron, Gandhi se enfrentó al terrible sistema de castas impuesto durante tres milenios por los brahmanes (sacerdotes), sustituyendo el estudio y la reflexión individual, la contemplación y la ascesis propios de la tradición cultural de la India por un valor nuevo de derivación occidental: la acción.
En el proceso de su formación en Londres, la lucha legal en Sudáfrica junto a los “coolies” (siervos hindúes), y las distintas etapas que llevaron a la independencia de India, Gandhi entendió que todos los fundamentos religiosos y filosóficos prescindían, angelicalmente, que el hombre individual o colectivo, antes que ente moral es básicamente económico y político.
Valoró, como pocos, la belleza y el vuelo de los ideales enunciados en esas religiones y filosofías, y mucho más el grado en que éstas eran capaces de realizar la fraternidad entre los hombres. Que en el mundo de ayer y de hoy, y particularmente en India, había sido nulo, o poco menos.
El gran poder espiritual de Gandhi apuntó a convertir a héroes y mártires en hombres comunes y corrientes. Porque en el fondo, la doctrina del satyagraha (término que inventó fundiendo dos palabras de origen sánscrito, satya, verdad, y agraha, aferramiento), buscaba la moschka, la liberación integral de todo lo que nos ata.
Así, su esfuerzo por conocer y su esfuerzo por amar fueron vencidos por el karma yoga: obrar según las enseñanzas de Krishna en el Baghavad-Gita: “Actúa, pero no le tengas apego a los frutos de la acción”.
Decía: “No tengo nada nuevo que enseñar al mundo. La verdad y la no violencia son tan viejas como las mon- tañas…he sido veraz pero no he sido tan adorador de la no violencia como lo he sido de la verdad, y pongo a és- ta en el primer lugar, y a aquella en el segundo…
“Estoy convencido de que la no violencia es infinitamente superior a la violencia, pero creo que en el caso en que la única opción posible fuera entre la cobardía y la violencia, yo aconsejaría la violencia… Preferiría que la India recurriera a las armas para defender su honor, antes que, de una manera cobarde, se convirtiera en testimonio del propio deshonor”.
El filósofo alemán Karl Jaspers apuntó que frente a un mundo dedicado a la farsa de vivir según pretendidos principios de justicia y moralidad, Gandhi le arrancó la máscara, exponiéndose a la violencia y sufriéndola abiertamente.
Cuando sentimentalmente, con invencible afán reduccionista, evocamos la inconfundible silueta de aquel hombrecito que cargaba sus pocos bienes en un morral y recorría a pie los caminos de la India apoyado en un palo de caña, desafiando con su palabra y su ejemplo a los brahmanes de todos los credos, se olvidan de otras declaraciones.
A inicios de la Segunda Guerra Mundial, Gandhi llevó su posición a extremos: citó el Sermón de la Montaña (no responder al mal con el mal), y declaró que los judíos ganarían “el amor de Dios” al ir voluntariamente hacia sus muertes. Y con el bombardeo de los nazis sobre Londres, sugiriéndole a los ingleses dejar las armas:
“Deben invitar a Hitler y Mussolini a que tomen todo lo que quieran…pero siempre rehúsen rendirles obediencia”. Y en cuanto al conflicto indo-pakistaní (manipulado por Inglaterra), hizo públicas sus ideas acerca de obviar las políticas de paz y no violencia contra Pakistán, en caso de hostilidades.
En agosto de 1942, desde su tribuna en el Congreso Nacional Indio, dijo a los ingleses: “¡Váyanse de la India y déjenla librada a la anarquía de Dios!” Entonces, Winston Churchill, “paladín de la democracia occidental” metió preso al “fakir desnudo” (así lo llamaba), junto con el Pandit (Doctor) Jawarhalal Nehru (1889-1964, su brazo derecho y primer jefe de gobierno), y el teólogo Maulana Abul Kalam Azada (1888-1958), quien sostenía que “un buen musulmán puede ser un buen indio”.
De temperamentos diferentes y en ocasiones enfrentados, los líderes históricos del CNI preanunciaron la agenda política mundial que los movimientos sociales tratan en nuestros días: imperialismo y capitalismo; libertades civiles, individuales y colectivas, límites del poder, derecho a la educación, la ciencia y la cultura, emancipación de la mujer; problemas sociales de la violencia, universalidad de las fuentes morales y sus fines.
Gandhi abogó por la unidad en la diversidad: tendió puentes entre la filosofía india y la occidental; creyó en la reconciliación de los seres humanos con base en los elementos comunes de todos los credos; estimuló la conciencia individual, la compasión por el prójimo y las verdades no dogmáticas de los sentimientos religiosos, y la idea de que el nacionalismo era un complejo engranaje del internacionalismo.
Su victoria final lo sumió en una gran decepción. En agosto de 1947, la política de “divide y vencerás” de Inglaterra reconoció la independencia del inmenso país asiático, a costa de la partición territorial: Unión India (Bharat, hinduista), flanqueda por los estados islámicos de Pakistán “occidental” y “oriental” (Bangladesh, a partir de 1971).
Rabindranath Tagore bautizó a Gandhi como “alma grande” (Mahatma). Y al enterarse del crimen a manos de un fanático de su propio credo, hace 60 años, Albert Einstein ensayó la síntesis perfecta: “Quizá, a las generaciones venideras les cueste creer que un hombre así anduvo por la Tierra”.

Mahatma Gandhi
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Mohandas Karamchand Gandhī
2 de octubre de 1869 - 30 de enero de 1948

Nombre alternativo:
Māhatma Gandhi
Fecha de nacimiento:
2 de octubre de 1869
Lugar de nacimiento:
Porbandar, India
Fecha de defunción:
30 de enero de 1948
(edad: 79 años)
Lugar de defunción:
Nueva Delhi , India
Mohandas Karamchand Gandhī (2 de octubre de 1869 - 30 de enero de 1948); fue un pensador y político indio. Se le conoce con el sobrenombre de Mahatma o Māhatma Gandhi (la palabra mahatma significa "gran alma"; proviene de las formas del sánscrito māha -"gran" y atma -"alma").
Gandhi nació en Porbandar (actual estado de Gujarat), un pueblo costero de la India. Era el hijo del Primer Ministro local y su familia era de la casta vaisia (comerciante). Estudió Derecho en las universidades de Ahmedabad y Londres, y ejerció como abogado en Bombay (actual Mumbai). Sus primeros trabajos los realizó en Sudáfrica en 1893. Mientras trabajaba para una empresa en ese país, se interesó por la situación de los 150.000 compatriotas que residían allí, luchando contra las leyes que discriminaban a los hindúes en Sudáfrica mediante la resistencia pasiva y la desobediencia civil.
Una vez en su país, desde 1918 figuró abiertamente al frente del movimiento nacionalista indio. Instauró nuevos métodos de lucha (las huelgas y huelgas de hambre), y en sus programas rechazaba la lucha armada y predicaba la no violencia como medio para resistir al dominio británico. Preconizaba la total fidelidad a los dictados de la conciencia, llegando incluso a la desobediencia civil si fuese necesario; además, bregó por el retorno a las viejas tradiciones indias. Mantuvo correspondencia con León Tolstói, quien influyó en su concepto de resistencia no violenta. Destacó la Marcha de la sal, una manifestación a través del país contra los impuestos a que estaba sujeto este producto. Encarcelado en varias ocasiones, pronto se convirtió en un héroe nacional. En 1931 participó en la Conferencia de Londres, donde reclamó la independencia de la India. Se inclinó a favor de la derecha del partido del Congreso, y tuvo conflictos con su discípulo Nehru, que representaba a la izquierda. En 1942, Londres envió como intermediario a Richard Stafford Cripps para negociar con los nacionalistas, pero al no encontrarse una solución satisfactoria, éstos radicalizaron sus posturas. Gandhi y su esposa Kasturba fueron encarcelados: ella murió en la cárcel, en tanto que él realizaba veintiún días de ayuno.
Su influencia moral sobre el desarrollo de las conversaciones que prepararon la independencia de la India fue considerable, pero la separación con Pakistán le desalentó profundamente.
Una vez conseguida la independencia, Gandhi trató de reformar la sociedad india, apostando por integrar las castas más bajas (los sudra o ‘trabajadores’, los parias o ‘intocables’ y los mlecha o ‘bárbaros’), y por desarrollar las zonas rurales. Desaprobó los conflictos religiosos que siguieron a la independencia de la India, defendiendo a los musulmanes en territorio hindú, siendo asesinado por ello por Nathuram Godse, un fanático integrista indio, el 30 de enero de 1948 a la edad de 78 años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Ganges.

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